Mejora del sueño para combatir el estrés
La respuesta neuroendocrina al estrés es un proceso natural de nuestro cuerpo que, sin embargo, puede volverse tóxico si no se enciende y apaga adecuadamente. La resiliencia es la capacidad de adaptarse a situaciones adversas y, en particular, enfrentarse con el estrés incontrolado. La resiliencia y el estrés son dos caras opuestas de la misma moneda, y ambos están profundamente vinculados al sueño: baja resiliencia significa mayor estrés y, a través de eso, más trastornos del sueño.
El sueño y la resiliencia al estrés tienen una correlación directa bidireccional. La modulación del primero sobre el segundo ha sido ampliamente investigada: a mayor resiliencia al estrés, mejor calidad del sueño y, por otro lado, a menor resiliencia al estrés, peor calidad del sueño.
Muchos otros estudios se han centrado en desentrañar el vínculo entre el sueño perturbado y la baja resiliencia al estrés, mientras que un campo de investigación completamente nuevo se refiere a la relación positiva entre un buen sueño, una resiliencia al estrés más fuerte y recursos psicosociales positivos.
El sueño es un comportamiento modificable y, por esta razón, es un candidato perfecto como clave para iniciar un ciclo virtuoso: al mejorar el sueño, es posible aumentar la resiliencia y, a su vez, reducir el estrés.
Finalmente, reducir el estrés permite una mejora adicional del sueño y así sucesivamente. Según esta teoría, se vuelve crucial investigar mejor la relación entre un buen sueño y una mejor resiliencia al estrés, centrándose especialmente en intervenciones proactivas capaces de mejorar el sueño.
En este contexto, la terapia cognitivo-conductual para el insomnio representa actualmente la mejor opción, pero muchos otros estudios están siendo bienvenidos para confirmar los efectos positivos de esta intervención o encontrar enfoques psicológicos/farmacológicos alternativos.
Muchos estudios sugieren fuertemente que la exposición temprana a factores estresantes físicos y psicológicos podría tener un papel clave en el desarrollo de trastornos del sueño a largo plazo tanto en recién nacidos como en adultos, probablemente a través de mecanismos epigenéticos.
Recientemente, se ha destacado que estos factores estresantes conducirían a cambios permanentes en la regulación biológica del sistema de estrés, también afectando la resiliencia. También se ha demostrado que la exposición al estrés en la primera etapa de la vida conduce a cambios a largo plazo dependientes del sexo, al menos en el hipocampo (una estructura clave para el control de la actividad del eje HPA).
Estas diferencias pueden estar vinculadas a las características de la placenta, que es un órgano con dimorfismo sexual que responde de manera diferente al estrés prenatal según el sexo del descendiente en desarrollo. Sin embargo, las diferencias específicas relacionadas con el sexo en los efectos del estrés en el sueño y la resiliencia aún no se han estudiado y necesitarán ser investigadas por estudios futuros.
Teniendo en cuenta que el sueño perturbado es un poderoso factor estresante, el insomnio materno prenatal podría afectar negativamente al desarrollo fisiológico de la resiliencia al estrés y el ciclo de sueño-vigilia en los recién nacidos, con repercusiones importantes dependientes del sexo incluso en la edad adulta.
Se necesitan más estudios para confirmar esta hipótesis, lo que abriría un campo de investigación completamente nuevo con el objetivo de mejorar la calidad del sueño de las madres durante el embarazo y, a través de eso, aumentar la resistencia al estrés de los bebés a lo largo de su vida.
Fuente del Estudio: Lo Martire, V., Berteotti, C., Zoccoli, G. et al. Improving Sleep to Improve Stress Resilience. Curr Sleep Medicine Rep 10, 23–33 (2024). https://doi.org/10.1007/s40675-024-00274-z